Cada vez me cuesta más trabajo entrar en las redes sociales. No me apetece, sinceramente, dado el cariz que ha tomado estar presente en ellas, la parte de sociología perversa. Pero, claro, y por eso sigo de vez cuando volcando aquí mis pensamientos, esto de la redes sociales no es sino el reflejo de varias de las caras de ese poliedro que hemos calificado como Ser Humano.
Por eso y porque uno de mis lados, el que se lleva gran parte de mi pasión, necesita de palabras y de volcarse en un papel, sea físico o de código, comparto algo que a mi me parece muy bonito:
Volví a doblar el tiempo en mis desdos, más aún que cada día, de los cientos de veces que lo hago en mi librería, al tocar, pesar, manejar esos libros que guardamos hasta que alguien nos los reclama en intercambio comercial.
No sentí jamás esa excitación que vi en otros que se imbueron de lo que se dio en llamar fenómeno Fan, ante tu cantante favorito, tu escritor preferido, ahora también por tu Youtuber, influencer predilecto…Pero mi reacción el otro día entiendo que tuvo mucho de FAN. Ya me he declarado, en más de una ocasión, admiradora de la obra de Gabriel Miró.
¡Toqué la tinta de sus letras!, de palabras escritas de su puño, fechadas por él, 1916, tinta dedicada a una mujer, con cariño, mucho, con afecto, en un libro pequeño, dorado, que más que libro se convirtió hace años en un cofre de lujo y silencio que llegó, por fin, a su destino, a mis manos, el otro día….
Y allí estaba yo, aquí, en este mismo lugar, en este mismo teclado, investigando esas cuatro líneas, esa firma, agitada la respiración, con la ilusión de una niña 6 años a la que le regalan los zapatos más bonitos que hasta entonces le hubieran prometido.
Sola, solita en mi almacén, en aquel momento, con la respiración agitada, feliz, disfrutando la suavidad de ese papel de 108 años, presenciando cómo el señor Miró, escribía aquella dedicatoria, aquella pluma empapando su tinta en esta paloma de riqueza y melodía en que transformó las páginas primeras de una primera edición, de un título que no se me ocurrirá desvelar, porque ya descansa, no ya en la protección de las hileras de nuestra biblioteca on line, sino habla su silencio y me invita, protegido, en el hogar de mi bibliteca privada.
Me dice que sí, que tantas veces imaginé tantas historias, tantos otros antes que yó, crear en el papel, escritores, crear en piedra, maestros canteros, en madera, en lienzo… los artesanos, al consagrar mis dedos y mis ojos al tiempo en las huellas de sus obras.
Me acerco todo lo que puedo a las obras en los museos, sí ya sé, no es bueno para esos tesoros… y vuelan mis preguntas ¿Cómo fue, qué se le pasaba por la mente, cómo se le ocurrió, quien se lo encargó, cobró por ello, como se sentía, era buena gente, era un genio insoportable de esos del tópico, fue buen padre, buena madre, disfrutaba con lo que hacía o era por obligación, fue amado, supo amar?
Con las dos manos, todas mis yemas, mis huellas dactilares rozando dos renglones y medio, y su firma, en sus palabras veo un hombre, grandísimo y del montón, un hombre, un hombre acariciando la ilusión de una pizca de cariño de aquella a la que llamaba en diminutivo y que «quiero y admiro siempre», decía Gabriel.
Soy testigo, privilegio y excepción, regalada yo de la soledad de un escritor como él, que es el cuarto de esos cuatro que más me inspiran, en los que descanso, a los que acudo cuando creo que lo demás no me aporta, en los que me recluyo y protego.
Y ahora hasta se nos cruzan los tiempos y los sentimentos, señor Gabriel Miró. Privilegio.
Así que aquí os lo dejo, disfrutad o no. Vuestra es la elección.
Saludos
Nieves M. Martín